14.11.09

ontología de la ternura

En la soledad, la ternura es imposible. Nadie es tierno consigo mismo. La ternura surge frente a otro; es la manifestación –más: un acto, algún acto preciso y concreto– del deseo de que el otro sea feliz, o goce, o no sufra, de que esté bien, de aliviarlo, de protegerlo.

Y puede haber ternura sin amor o, más exactamente: el amor no es una condición necesaria para dar ternura.

La diferencia entre la ternura y el amor es que aquella no entraña relación alguna con la posesión, ese deseo –velado o no– de poseer a otro, de hacerlo propio, de tenerlo para sí, de devorarlo en beneficio del ego.

La ternura ha dejado atrás el ego; es, precisamente, la relación con otro no mediada por el ego, lo “mío” o posiblemente mío.

El ego enamorado cree que el otro es suyo o que puede serlo. La ternura, paréntesis del poder y del tener, encuentra al otro en un territorio abierto, ilimitado, un territorio sin lugar, sin frontera entre lo mío y lo demás, entre uno y otro.

En la ternura uno se hace otro en el otro. El amor, en cambio, no excluye la posibilidad de tratar al otro como escalón o trampolín, o alfombra o pared o espejo. Por eso el erotismo platónico no conoce la ternura y es, a fin de cuentas, un erotismo egoísta: soy yo, siempre es uno quien asciende por una escalera hasta la máxima y más pura belleza, bondad y verdad, el máximo deleite... la iluminación...

En contraposición, un enamorado tierno quiere para su pareja más que para sí mismo; más aún, reside ya más allá del querer, o no es él quien quiere para su amado más que para sí mismo, sino que él mismo ha sido habitado por su amado y ya no es sí mismo sino otro en sí.

Algo así descubren Oliver Mellors y Constance Chatterly en sus extravíos amatorios: en sus relaciones lo fundamental no es el erotismo ni el amor, sino la ternura. La ternura excede y transforma el amor. (Lawrence consideró titular su novela Tenderness.) No es ni el mero cuerpo ni el mero espíritu, sino la prueba de la imposibilidad de vivir en o con solo uno de ellos. Y por eso mismo la ternura nos des-humaniza, aunque no para convertirnos en cosas, sino en algo más que humanos convencionales: esos organismos tan dados a elegir entre opciones diametrales: el cuerpo o el alma. La ternura no es solo la indecisión, no es solo la postergación de una elección, sino la prueba de que cualquier elección de ese tipo será ilusoria y nociva.

La ternura es la diferencia entre el mero juego carnal –siempre insuficiente– y las abstracciones sobreabundantes del amor, sus vislumbres de plenitud, que, al fin, siempre son huidizas y terminan por destruir a los enamorados justamente por hacerles afincar su deseo en una imposibilidad... Es de sobra conocido: los enamorados pierden su razón, deliran, corroen su consciencia, ven a Dios o se suicidan. El amor es una confabulación hacia el exceso. La ternura, en cambio, es una victoria humana tanto sobre sus razones como sus sinrazones; es la más moderada y, por eso, ética de las emociones.

La sexualidad depende de la brevedad de la carne. Alguien dirá que el sexo es entrópico excepto cuando engendra alguna nueva vida. Esto es debatible. Quizá sea siempre una especie de trabajo cuyo resultado gozoso sea siempre, tras el gasto necesario, un aumento de armonía, es decir, una instancia contraria a la segunda ley de la termodinámica, y quizá simplemente porque el sexo niega el aislamiento de cada cuerpo humano...

Pero la ternura rompe más eficazmente el aislamiento de los organismos. Aun si no engendra nada, la ternura entraña siempre una relación compleja, ni lineal ni cerrada entre un objeto y otro. Es un artificio, una extraña técnica natural que confunde el ritmo ciego del universo mismo, que corrompe su legalidad, sus programas, e instaura la posibilidad de la autoorganización según relaciones abiertas, sistemas sin fronteras, tejidos permeables, borradura de identidades, imposibilidad de predicciones dinámicas... Es la autoorganización de los diferentes.

Martín quiere a Alicia, no hay duda de que la ama. Pero en su amor tiene cabida la ternura: Martín trasciende su propia identidad y querer a Alicia quiere decir desposeerse gozosamente.

Por otro lado, la relación que Raquel desea con M. es meramente sexual, sin amor ni ternura: Raquel quiere poseer a M. porque al hacerlo imagina que se poseerá a sí misma. Acostarse con M. es un triunfo para su ego. Pero Martín la rechaza y R. no sabe cómo entender el gesto de un hombre que rechaza la posibilidad de acostarse con una mujer sin complicaciones ni consecuencias, solo por el hecho mismo de hacerlo.

Alicia considera a M. como una especie de héroe romántico; inútil, quizá, para ella, pero héroe al fin. Raquel está segura de que M. es más bien impotente, o frígido; o un homosexual reprimido.

¿Y quién es Martín, pues, el héroe de Alicia o el impotente de Raquel? Desde el punto de vista de Martín, él es ambas cosas y ninguna. Es una extraña mezcla de sus miradas y la suya. Es un espejo que confunde en un solo rostro el rostro que ve Martín, el que ve Alicia y el que ve Raquel.

Antes de dormir, en la soledad de su apartamento, Martín se mira al espejo y dice: “Soy un monstruo”.

[1996]

3 comentarios:

  1. Me parece que el punto central sería este:

    "El amor es una confabulación hacia el exceso. La ternura, en cambio, es una victoria humana tanto sobre sus razones como sus sinrazones; es la más moderada y, por eso, ética de las emociones."

    Me gusta mucho el texto. Una nueva forma de reflexionar sobre el amor al oponerlo a la ternura. Bastantes acertadas las argumentacionesy metáforas que planteás.

    Hacia el final, no sé si adrede, parece tomado de "Fragmentos de un discuros amoroso", de Barthes.

    Saludos.

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  2. Curioso lo de Barthes... el texto es una versión retocada de apuntes en un cuaderno de 1996; allí no menciono a Barthes por ningún lado, y jamás me habría pasado por la cabeza si no lo mencionás (hace años no lo leo ni pienso en él), pero recuerdo que en aquella época lo leía mucho, y recuerdo que me fascinó leer los "Fragmentos..."

    Así que efectivamente es muy posible que muchos memes barthesianos anden por allí dando vueltas... ¡Buen ojo!

    Acabo de buscar mi ejemplar de Barthes y veo que su fecha es "IV-1997", lo cual más bien reafirma esta posibilidad, pues estoy prácticamente seguro que antes de comprar el libro lo había leído fotocopiado.

    En el capítulo titulado "Ternura" subrayé un par de oraciones:

    "El gesto tierno dice: pídeme lo que sea que pueda aplacar tu cuerpo, pero tampoco olvides que te deseo un poco, ligeramente, sin querer tomar nada enseguida."

    "La ternura, por el contrario, no es más que una metonimia infinita, insaciable; el gesto, el episodio de ternura (el acorde delicioso de una velada) no puede interrumpirse sino con aflicción: todo parece puesto en duda: retorno del ritmo -vritti-, alejamiento del nirvana."

    Qué curiosas las vueltas del tiempo...

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  3. Ese (1996) que pusiste al final me hizo mucho eco, pues fue, creo recordar bien, el año en que yo leí ese libro.

    Todo el primer capítulo de "La herida oculta" es en el fondo un intento de paráfrasis de dicho libro.

    Como te digo, mucho eco me hizo esta entrada tuya...

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