17.7.09

simplemente algo contra algo

–Lo ideal sería amar al mismo tiempo como niño, como joven, como adulto y como viejo. Digo, a la vez y a la misma persona –dijo Daniel–.

Alicia apartó su mirada del rostro de Daniel y la dirigió a ninguna parte: al aire, al cielo.

–Sí –concordó, tras unos momentos–, pero yo no puedo siquiera amar como joven. O no puedo amar del todo –hizo otra pausa, miró al suelo, Daniel no dejaba de mirarla, parecía fijado en el tiempo, como un busto marmóreo, o una mancha en la pared que uno olvidara y recordara a diario al volver a mirarla–. ¿Estaré enferma? Es que no puedo.

Lo que más intrigaba a D. era el verbo, “poder”. Su connotación, cuando lo usaba A., casi siempre venía cargada de predestinación; como si su vida fuera llevada por un misterioso viento o unas manos intangibles que se divirtieran empujándola, como si ella no fuera más que una pluma –o un globo de fiesta manoteado por niños juguetones– que no sabía por qué iba donde iba. Y no es que fuera abúlica. Siempre hacía cosas y tomaba decisiones. Pero al instante ponía todo en duda y se cuestionaba todo lo que emprendía y se preguntaba si tendría algún padecimiento.

–¿Por qué siempre que decís “no puedo” yo siento que estás hablando del destino y no de tu voluntad?

–No sé, Daniel, ya sé que me vas a preguntar esas cosas, me las preguntás todos los días y todos los días te digo lo mismo, no sé, es como si hubiera algo... algo fuera de mí que me lo impide.

A veces hacía cosas con mucha seguridad y al día siguiente se arrepentía de haberlas hecho. A veces les hacía daño a otros, y no tanto por lo que hacía o dejaba de hacer sino por los arrepentimientos del día siguiente, porque tras un día o dos todo lo que pensaba parecía ser diferente a lo que pensaba antes y entonces ni ella misma sentía que se conocía y menos iban a comprenderla o aceptarla los demás.

¿O tal vez no se atrevía? ¿Es que el destino es simplemente la excusa para no ejercitar la voluntad? ¿Una ignorancia calculada? Porque tras toda la complejidad había siempre un plano de calma y sencillez en el cual, en las noches, cuando el mundo entero callaba, ella reposaba angelicalmente: entregar la voluntad o esconderse tras su volubilidad facilitaba muchas cosas, la gente no decía “maldita Alicia”, sino “pobre Alicia”. Y casi siempre la dejaban en paz sin odios ni rencores, incluso, en el mejor de los casos, con cierta ternura.

O bien su vida era una lucha a muerte: ella contra ella. O ellas. O contra, simplemente algo contra algo. Una lucha cruel, a veces, en esas noches en las que el plano de calma se desvanecía como cuando, en un avión que parece quieto entre un mar de nubes uniformes, de pronto desaparecen las nubes y entendemos y percibimos a qué altura viajamos, y que la máquina se mueve y podría caer a pesar de su aparente apacibilidad.

[1995]

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