16.7.09

este es el fin del mundo

Todavía sigo aquí. Soy un ancla. No pasa nada, no hago que pase nada. Me dedico a dejar crecer el cáncer; y espero ver... hasta dónde, o cuánto, es posible dejarse morir... Mi desidia. Mi ansiedad. Tantas oportunidades que he dejado pasar; tanta pasividad; tanto asco de salir a la calle y hacerme normal... Trabajar, conquistar mujeres (risas), hacer carrera... Carrera, como si fuera uno caballo o lancha. Apurarse. Siempre apurarse. Y yo quieto, esperando.

¿Acaso espero un hada que me salve sin pedirme nada?

¿Acaso una catástrofe que acabase por fin conmigo como quien no quiere la cosa? Que se acabara el putrefacto mundo...

No hace falta repetirlo ni que lo insinúe nadie, sé que todos lo piensan y yo también: soy un desadaptado. ¿Pero cuántos tardoadolescentes no lo son? Y sin embargo estoy vivo, creo, o algo así, vivo en este mundo cuyos estilos y modelos y pretensiones no creo que sean para mí. O no, al menos, las que he conocido hasta hoy. Habrá otras, no lo dudo, no puede ser que todas esas legiones de optimistas estén absolutamente locos. Algo ha de haber. A mí, seguro, me fabricaron sin el módulo cerebral encargado de creer que las cosas pueden ser mejores. Mis módulos mentales son unos aletargados, unos vividores, o geniales estrategas de la casualidad: me mantienen vivo, sin mucha necesidad, más bien cómodamente, hasta aburguesado, no sé cómo lo hacen...

Me encanta como, en las tardes más depresivas, surge a contrapelo la ilusión de poder hacer frases tontas como esta: “soy una gota de agua en el infierno”.

Es la soledad. Es la soledad.

La comprensión y la compasión como bromas de mal gusto; porque no las he visto nunca en un ser humano; todas las caras humanas son fachadas falsas, maletas con doble forro, en efecto: máscaras. Y el rostro verdadero no lo conoce ni Dios.

¿Y el amor? Otra palabra como cualquiera. Garrapata. Alubia. Tiristor. Una palabra hueca como un tambor: se la golpea y hace ruido, pero el ruido no llena el vacío que lo produce.

Este es el fin del mundo, y ya no tengo miedo. Si hay que morir, pues que venga ya la noche como una ladrona y me lleve para siempre adonde ya no hay nadie ni nada. Silencio. Y el tedio.

Quisiera dormir y soñar para siempre.

No morir, es cierto que no quisiera morir sino quedarme vivo pero en un perpetuo sueño, como un loco o un junkie. Si tuviera coraje para renunciar de una buena vez a la vigilia.

El cemento. Las paredes. Los subterráneos. El sol. Los libros que me entretienen en la noche no para pensar sino para no escucharme pensando. La ciudad. El ruido. Tanto ruido, como si la gente fuera feliz y cantara y sonriera. Y uno sale a la calle y los ve de verdad sonriendo y hablando, y algunos cantan. No los entiendo.

Y ya sé que no puedo escapar, que no hay vuelta atrás, que de nada me sirve, en este entrepaño entre vivos y muertos, todo lo que he aprendido, resolver ecuaciones diferenciales, por ejemplo, por un carajo, ¡qué puede hacer un fantasma con ecuaciones diferenciales! A alguien que no está ni vivo ni muerto, ¿de qué le sirve haber leído el Teeteto, el Fedón, el Timeo? ¿Me sirven de algo las máquinas? ¿Puedo escapar de este delirio leyendo un libro? ¿Me puedo curar si escribo algo edificante? ¿Gritándole a nadie? Porque grito, de verdad que grito a diario y la gente sigue su curso y es como si yo no estuviera allí, ellos saben mejor que yo que yo no estoy allí...

Quisiera que alguien pudiera venir del otro mundo a matarme de esta muerte. Encerrado dentro del encierro, encerrado en mí mismo, sin vida ni retorno. ¿Hay algo que pudiera sacudirme? ¿Alguien? ¿Tal vez alguien que, como en la peliculita esa, “supiera volar” como yo?

Si no fuera un ángel, los dejaría caer a todos desde el cielo.

[1996]

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