29.9.09

su rostro en mis manos

La gran pasión de la literatura es el “suicidio”: autoaniquilarse. Su única imposibilidad es consumarlo. Pero hay cierto éxtasis en lo inútil, orgasmos o pleonasmos...

El suicidio significa: dejar de significar: toparse con la realidad misma y confundirse con ella. Dar con la última palabra y experimentar su explosión o su implosión o su conversión a la nada, su des-significación en la cosa. Etc...

Y tras tanto tiempo de hundimiento o autodestrucción me descubro, sin embargo, hoy, feliz. “Feliz”. El solo hecho de usar esa palabra ya entraña un evento o un suceso inconmensurable.

Con este ya van varios días de esta sensación iletrada o iletrante, cierta vocación a la intrascendencia, un abismo nuevo, la absurdidad de volver repetidamente a lo mismo, a buscar oraciones precisas, a idear nombres o personas o cosas, historias, ¡historias!

He dejado de escribir y supongo que ha de ser por esa “felicidad” que me ha atacado como un depredador que saltara de pronto de la maleza y me apresara y paralizara, pero solo para obligarme a ver y pensar en algo más... ¿algo más que en mí mismo? ¿Algo más que en la inutilidad de las palabras, su morbosa invitación al onanismo?

Lo más significativo es que no me ha importado en lo más mínimo: jamás renunciaría a tener su rostro en mis manos por volver a este papel empalidecido y monótono.

Estos desiertos blancos no tienen labios ni vida; pueden indicarnos algunos caminos, orientar la marcha, señalar, eso es cierto; pero en algún momento hay que detenerse y decir aquí es, no más, no más.

Aquí, por ejemplo, sostenido por su mirada.

[1997]

1 comentario:

  1. El suicidio es una froma de vaciarse. El estado de felicidad absoluta es similar, aunque momentáneo: por eso volvemos a escribir, para reencontranros con una de esas dos posibilidades de la muerte.

    Saludos.

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