14.9.09

como a un cachorro rosado

Desde hacía años padecía de colitis, había tratado de curarse con todo tipo de remedios alopáticos, homeopáticos y simpáticos, luego quiso aprender a meditar contra el dolor y, al final, resignadamente adaptó su vida a los retortijones e inflamientos; pero llegó a ser sencillamente inaguantable.

–Casi nunca cago –, me dijo un día con la expresión desamparada de quien hubiera perdido a su amado en un accidente de avión. Al decirlo frunció los labios con una ternura y una angustia que a gritos pedían empatía por su desgracia inapelable. Para rematar la escena, prácticamente con lágrimas en los ojos, confesó: –A veces voy por la calle y veo en el suelo la caca de un perro... –hizo una pausa y su gesto expresó la vergüenza de una niñita de tres o cuatro años– y me da envidia–, esto último lo dijo en un murmullo, bajando la vista.

Su ternura era agobiante. Había que abrazarla y acariciarle las sienes y darle besos como a un cachorro rosado.

La abracé, y creo que fue la primera vez que la abrazaba así, sin reticencias ni adulteces acartonadas. ¡Cuánto la comprendía! Los problemas de evacuación son graves, no nos engañemos, es que hacen absurda la cotidianidad más simple, tomar el té con los amigos, reírse en el cine, brincar en el concierto, hacer la siesta dejándose seducir por imágenes lascivas...

Hay complicaciones que no tienen salida. Supongo que no queda más que hincharse y reventar. Las preguntas cuyas respuestas son esenciales para resistir cabalmente la vida no tienen respuesta. De lo que estoy seguro es que nunca volveré a ver de la misma manera una caca de perro.

[1997]

No hay comentarios:

Publicar un comentario