21.8.09

se posó en su vientre como un hueco

Paulina, con un gesto de incontestable desprecio, le dijo que no, ya no, ya no más. Nicolás la miró en silencio durante un largo rato, mientras ella parecía perderse plácidamente en sus abismos interiores.

Mirándola así, allí a su lado pero lejana, lejanísima, tras un instante ya imposible, tras una palabra o tres, “ya no más”, “ya no más”, Nicolás empezó a sentir que la soledad le subía por las piernas como un alacrán o una mantis o simplemente una debilidad hormigante que se asumía mejor si la metaforizaba de bicho.

La soledad se posó en su vientre como un hueco habitado.

A partir de ese momento empezó a sentirse constantemente lleno, a diario su vientre reventaba de vacío. “Ya no más.” Ella trazó un límite definitivo, innegociable, es que ya lo habían negociado todo y no hubo más que negociar, es así.

Pero Nicolás debe verla a diario y sus manos deben contenerse y debe dejar que sus labios se sequen al aire como trapos. No puede evitar verla a diario, está necesariamente ahí, como su escritorio, irrenunciable, duro, como las lámparas fluorescentes o el piso de cerámica de tercera; siempre está ahí, tan cerca que aun si no la ve, la ve, porque sabe que si gira la cabeza ciento seis grados a la derecha allí estará ella, apacible, concentrada en su trabajo, al otro lado de la frontera que N. ni siquiera quería dibujar.

Nicolás gira la cabeza ciento seis grados y el alacrán despierta.


[1997]

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