27.7.09

la satisfacción de la venganza

El pasado es una cola cuyo largo depende de las consecuencias y ramificaciones de nuestros actos. Las “malas” acciones generalmente la hacen engordar, aunque no necesariamente alargarse, solo hincharse alrededor de un mismo punto tumoroso, y más cuando está involucrado algún arrepentimiento, una culpa, una decepción. Y el pasado pesa menos y es más fácil de olvidar cuando hemos sido “buenos”. Valga decir: uso “bueno” y “malo” en el sentido más popular posible, sin preocuparme por cuestiones morales, teológicas, filosóficas o sociológicas. Como cuando se dice que alguien es bueno porque ayuda a los demás sin pedir nada a cambio; o que es “malo” porque no coopera en nada ni con su madre. Como si “bueno” y “malo” fueran palabras que recogiesen la alegría o la tristeza que les hemos provocado a otros y a nosotros mismos. Y asumo que mientras más tengamos de lo primero más liviano será el tiempo muerto –cuando la amenaza es tener que pensar en el pasado de uno mismo: lo que hemos hecho–, y que mientras más acumulemos de lo segundo más pesados nos sentiremos en el presente, como si, en efecto, el pasado fuera una cola pesadísima que debiéramos arrastrar a todas partes.

Ya sé que esto es una fábula o un simple deseo y no una realidad, pues hay, lo sabemos y experimentamos todos, algunos seres capaces de todo el mal del mundo y que, pese a ello, caminan campantes por las avenidas veraniegas sonriéndoles a todos y en las tardes llevan a sus niñitos al parque y les compran un helado...

A veces no hay manera de cambiar lo que hemos hecho. Algunas consecuencias de algunos actos se quedan grabadas en el tiempo o avanzan con él, como esa luz de estrellas lejanísimas que llega a nuestros observatorios miles de miles de años después de haberse originado, cuando, tal vez, la estrella misma ya no existe. Mientras alguien recuerde lo que hemos hecho, el acto seguirá existiendo y teniendo peso y afectando el presente. En cambio, sí es posible no repetir aquellas acciones que luego nos han parecido maléficas o simplemente irresponsables; esta ausencia de repetición es la manera humana de ganarle al avance inexorable del tiempo y de aligerar el fardo que toda vida va acumulado como pasado. Es como si cada aprendizaje entrañara la pérdida de algunos kilos de esa bolsa de tiempo que hemos ido llenando de malignidades.

Alicia empezó a llorar sin dejar de mirar el aire, el frío o la tarde. Daniel bajó la cabeza. Luego la abrazó. No podía evitarlo: ella le había hecho daño, sí, y mucho, pero ahora D. comprendía que tal vez se había hecho más daño a sí misma. Daniel sintió al mismo tiempo la satisfacción de la venganza –te lo merecés, puta– y la compasión por el ser amado –cómo te ayudo, cómo, te quiero, te quiero–.

[1995]

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