Daniel se detiene de pronto, como paralizado por una revelación o un fantasma y fija los ojos en cualquier parte, en el aire, y dice:
–La ciudad entera se desvanecería si te entregaras a mí por completo.
Alicia no entiende, intenta no encogerse de hombros y mira fastidiada hacia un lado. No tiene idea qué significa para Daniel “entregarse por completo”. Alicia piensa y sabe que D. es inteligente, lector, etc., pero esas inclinaciones sensibleras en las que cae a veces empiezan a hacerse significativas. Al principio le daban gracia, o la tentaban a la ternura, una ternura desconocida para ella; pero ahora parecen convertirse en una exigencia y la gracia empieza a transmutarse en drama. Alicia odia los dramas. Se lo pregunta, de todos modos, y Daniel responde:
–Entregarse por completo es hacer precisamente que la ciudad entera desaparezca. Es darle la mano a alguien y caminar por la ciudad, como estamos haciendo ahora, aquí, en medio de una avenida cualquiera o un parque o lo que sea y que de pronto todo desaparezca, la calle, los carros, las demás personas. Y seguir caminando.
Alicia no responde. Daniel la mira, esperando una respuesta, y sonríe con una expresión algo tonta, indecisa. Daniel no insiste y siguen caminando.
Pero otra parte de Alicia prácticamente depende de Daniel, y ella lo sabe aunque le cueste aceptarlo o comprenderlo. No lo deja porque no puede o cree que no puede. A pesar de que a veces la detesta, ella necesita esa ternura que le ofrece Daniel. A veces también se detesta a sí misma por necesitarla o por no poder aceptarse a sí misma como una persona a quien la hicieran feliz ese tipo de muestras de afecto.
Y ese constante sentirse fuera de lugar. Como si Daniel fuera un paréntesis entre ella misma y ella misma. Y al mismo tiempo sentir que lo quiere. Necesitarlo. Pensar que es un necio, no pensar en él, y llamarlo porque quiere oír su voz y sus necedades.
Siguen caminando en silencio, tomados de la mano. Alicia se cansa y retira la mano y finge buscar algo en su bolso. Luego siente frío y ella misma le devuelve la mano.
Solo una araña sabría soltarse de su propia tela.
[1995]
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